[font="Helvetica"][size="2"][color="#FFFFFF"]Había una vez un Emperador tan aficionado al audio, quegastaba todas las rentas del Reino en cables y conectores de audio.
Tenía un cable distinto para cada hora del día, y de lamisma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre sedecía: “El Emperadorestà ocupadìsimo, leyendo Stereophile”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre ybulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez sepresentaron dos truhanes que se hacían pasar por fabricantes de cables yconectores para audio high-end, asegurando que sabían hacer los másmaravillosos cables de oro puro. No solamente los materiales y los conectoreseran hermosísimos, sino que los cables con ellos confeccionados poseían lamilagrosa virtud de ser inaudibles a toda persona que no fuera apta para sucargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser cables magníficos! -pensó el Emperador-. Silos tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para elcargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada,que se pongan enseguida a trabajar-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buenadelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
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